lunes, 21 de febrero de 2011

Muestra de Performance. (Alexander del Re)
Balmaceda arte joven. Valparaíso.
3.2.11

Jesusa Delbardo (Uruguay).

Llego al espacio performático de Balmaceda Arte Joven de Valparaíso.
Hermosa sede con vista a la mar donde veleros la recorren.
Ansío ver trabajos, ver como interpreta la gente la performance, nutrirme de las experiencias. De las diversas escuelas que se realizan sobre el tema.
Apenas ingreso a la primera sala, escucho la performance que Jesusa está accionando. Dice que su presentación durará de 17 a 21 hs. Llego ya comenzada y escucho como ella sentada como una sirena le aplaude a una silla vacía y vieja que la enfrenta. Pienso en como le aplaude al mejor trabajo que ha visto, pienso en como aplaudimos con ganas cuando algo nos conmociona.
Me siento a verla, a escucharla, me siento en casa.
Aplaude mucho rato, tanto que los sonidos del aplauso de pronto varían, y eso me hace jugar con la rítmica que ella propone. No puedo evitar sus manos rojas por los golpes, entonces en el juego me mira y cruzamos todos los océanos que nos distancian, nos miramos y cruzamos todos los océanos para asentimos en el tiempo, ese que hace finalmente vernos un rato a los ojos.
Me digo que vale la pena estar en sincronía, ver su trabajo.
Sonreimos, nos reconocemos sin conocernos.
Sin parar con su ritmo, escucho con su cabeza baja, un llanto que de pequeño se agranda y se convierte en aliado del ritmo y así aliados el llanto y el ritmo siguen al aplauso. Sigo pensando en que se emociona con lo que ve, con lo que la silla le comunica, con lo vivo que encuentra de los seres que pasaron por ese escenario.
Elije un momento y detiene su llorar, y levantándose camina hacia la gente. Ella selecciona una parte del cuerpo del espectador y se queda unos instantes dándoles calor, no percibo si los toca, hasta que en mi hombro se detiene y sus manos en el aire toman la forma de mi deltoides. Me dice que mi regalo está en su mochila.
Sigue caminando y se apoya en la pared, de pie, apoya sus manos y su cuerpo como consecuencia, parece que va a jugar a la escondida, que va a contar para darse vuelta y buscar en los que se esconden. Nos mira y vuelve a su posición.
Su ritmo corporal es natural, siento que detiene su vida para escucharse y luego avanzar.
Ella viste una remera/polera amarilla que permite ver sus hombros, y su ombligo junto a su baja desnudez. Su cabeza está cubierta con una vincha/cintillo de leopardo que en un momento se acomoda.
Al unísono un hombre conejo entra al espacio con una media negra en su cabeza simulando sus orejas con dos diarios simétricamente dispuestos. Tiene muchas hojas con letras blancas impresas sobre un fondo negro. Arma pequeños bultos con ellas y con una cinta amarilla las comienza a pegar una por una en la pared de enfrente a la de Jesusa, no recuerdo su nombre pero si recuerdo que su performance dura de 17:30 a 19:30 aprox.
Jesusa a su vez encuentra y desencuentra formas de caer al suelo. Escucho su sonoridad, su piel al ras de la madera, al ras de lo que la hace caer. Se queda en el el límite de la pared y el suelo y se mira los pies. Los mueve, tiene conciencia de lo que está fragmentado y conciencia de cómo una parte pequeña puede iniciar un movimiento corporal en que el cuerpo le responde. Baja, juega con las alturas y con el detenerse en cada hueco que encuentra para ser modificada.
El hombre conejo al cabo de un rato forma una frase: “En un mundo de Ilustradores había una vez un personje”. Percibo que se olvidó de imprimir la A, y él comienza a despegar palabras y pegarlas sin perder el sentido de la frase.
A la par, Jesusa en su movimiento se detiene y sólo su mano se mueve golpeando suavemente el borde de la silla que en el subir y bajar la sonoridad de la misma provoca. No puede evitar el ritmo, me sumiso en lo mínimo del sonido, en el mínimo de su movimiento. Su vista está proporcionada con el espacio y en el horizonte de la sala.
Lentamente escucho una voz. Un canto. Ella comienza a cantar con su boca cerrada. Al principio me cuesta reconocer que el sonido proviene de ella, pero sube el volumen gradualmente y comienza el movimiento que ese canto le proporciona. Jesusa va apoyando su boca en distintas partes de la silla y provoca bellos sonidos y silba y me hace recordar que hay paz en el mundo, que todo se detiene en ese canto tan simple y bello.
Luego de un rato de respirar su acción, comienza a golpear sus pies en el suelo para traer de nuevo el ritmo junto a su silbido que regala una melodía que desconozco pero algo me suena.
El hombre conejo tira sus cintas en una esquina y se sienta junto a un pilón de hojas blancas para romperlas una por una en dos mitades que acomoda parejamente a los costados.
Jesusa sigue con su ritmo, me mira, la miro, nos reimos. ¿Que real es en perderse de la risa contagiosa? No puede silbar más entonces sopla.
Me invade un calor, de nuevo una sincronía.
Entonces al dejar de sonar, ella apoya sus manos y sus pies en el suelo y su cabeza sigue la línea que su columna vertebral alinea. Lento avanza.
A la par comienza una performance en la sala de al lado que me toma sólo dos minutos verla, me alejo de ella, y me paro en el vértice para poder ver las dos acciones en simultáneo. Jesusa sigue avanzando hacia los papeles y en la acción contigua de Meloni con su volantín en forma de ave deja volar con un ventilador colgado de su cuello, vuela por todo el espacio junto a su movimiento.
Jesusa sigue avanzando y llega a los papeles y les da forma de aves.
En ese momento me anuncian que una nueva acción comienza en el patio, y me dejo alejarme.
El sonido me lleva de nuevo a ver como el espacio está lleno de sillas que se van tumbando por la fuerza del final.

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